“Un producto, un paisaje”

 

I

Hace varios años estaba haciendo fotografías de una amplia extensión de terreno que esperaba para ser replantado. La gran superficie vacía me resultaba muy atractiva estéticamente. En ese momento se acercó en su jeep un hombre mayor que dirigía un grupo de trabajadores. Se presentó como el patriarca de una reconocida marca de cava, propietaria de esa parcela y de otras muchas que hay en la zona. Se interesó por el motivo que me llevaba a fotografiar ese paisaje. Cuando le respondí que me resultaba muy interesante esa gran superficie me dijo que a él le gustaba más cuando estaba llena de viñas cargadas con abundantes racimos de uva.

Ese hombre me enseñó que pueden existir diferentes miradas sobre el paisaje en función de la relación que tengamos con el territorio. En su caso, tiene un vínculo simbiótico ya que depende económicamente del producto que extrae, fruto de su trabajo. Le interesa la calidad de la tierra, su capacidad de producción, la cantidad de sol y lluvia que recibe, la pendiente que tiene el terreno y su altitud sobre el nivel del mar. Con su intervención genera grandes cambios en su forma. En mi caso, mantengo una distancia que me permite tener una visión estética. Me fijo en las formas del paisaje, en los diferentes planos de los campos, en la dirección de la luz, en los puntos de vista y en los elementos que aparecen.

 

II

El paisaje está formado por tres elementos: el cielo, la tierra y el hombre. El cielo tiene como característica que es intangible. De él provienen la luz y el calor del sol, el viento y el agua de la lluvia. La tierra es el elemento concreto que permite la intervención del hombre. Aporta los elementos minerales que nutren a toda la vegetación que se desarrolla sobre ella, así como los geográficos (montañas, valles, ríos). El cielo nutre la tierra y, juntos, alimentan las plantas. Cerrando el círculo, las plantas influyen en el cielo a través de la fotosíntesis y en la tierra con su aportación de materia orgánica cuando mueren. El hombre actúa sobre este ciclo para obtener productos que le alimenten. Su objetivo es el fruto que aportan algunas plantas que ha aprendido a cultivar desde hace milenios. De esta manera, el hombre deja su huella en el paisaje. Juntos, el cielo, la tierra y el hombre, forman una unidad indivisible ya que están totalmente interrelacionados.

 

III

No podemos separar el paisaje de la experiencia del hombre que lo contempla. Sin el hombre, el paisaje se queda en territorio. Su mirada contiene sus preferencias y rechazos producto de su carácter, de su cultura y del momento histórico en el que vive. No hace mucho tiempo que el hombre se ha interesado por el paisaje. Se trata de una experiencia emocional-estética y, por lo tanto, subjetiva. No se puede medir. En cambio, el territorio es objetivo. Sus medidas, superficie, localización, dirección, la composición del suelo o el régimen de lluvias son el objeto de estudio de los científicos. Agrónomos, geólogos o meteorólogos extraen de él los datos que necesitan para sus trabajos. Esos datos han de ser los mismos para cualquier persona que los calcule.

 

IV

Percibir un paisaje quiere decir que el hombre se coloca en un lugar concreto delante de la realidad que ve. Lo asociamos con una visión horizontal seguramente porque nos es más familiar ya que coincide con el ángulo de nuestro campo visual.

Un elemento muy importante en el paisaje es la profundidad que viene dada por la percepción de tres planos: el primer plano, el plano medio y el fondo. El primer plano se caracteriza porque podemos ver la textura y el detalle de los objetos más próximos. En el caso del paisaje del cava nos permite ver bien las viñas y la calidad del suelo. En el plano medio la percepción de la textura desaparece pero todavía podemos diferenciar los objetos entre sí. Y en el fondo ya no los distinguimos. En pintura se expresa esta diferencia a través de los colores: marrón de la tierra, verde de la vegetación y azul de las montañas del fondo y del cielo.

 

V

El momento del día influye enormemente en la sensación que transmite un paisaje. ¡Quien no se ha quedado deslumbrado delante de un atardecer! La visibilidad del paisaje va cambiando en función de la hora. La cantidad y calidad de la luz varía mucho debido a la posición del sol ya que afecta a su color y a la dirección de las sombras entre otras cosas. La luz es un aspecto del paisaje que es objetivo y subjetivo al mismo tiempo. Se puede medir su intensidad y su dirección pero también produce un cierto efecto en el estado de ánimo del observador.

Si tenemos en cuenta el ciclo de las estaciones, la transformación es mucho mayor. En el paisaje del cava, esos cambios en su percepción están marcados por la mayor o menor presencia de hojas en las viñas y las variaciones de color que muestran. En el invierno, cuando no hay hojas, es muy evidente la forma en que las viñas están plantadas, la estructura de los campos. Las propias cepas y el lugar en que están colocadas muestran un mayor o menor orden en función de su antigüedad. Esa diferencia en su ordenación es la consecuencia de los cambios que se han producido en la forma de trabajar la viña ya que las menos ordenadas se tienen que cultivar básicamente a mano y, en cambio, las ordenadas en hileras se trabajan con máquina.

Lentamente aparecen los primeros brotes de un precioso verde claro. El paisaje cambia de los tonos terrosos del invierno (amarillo, naranja y marrón) al verde primaveral sin que dejemos de percibir su estructura. Cuando las hojas ganan en volumen, el paisaje se convierte en un mar verde ya que va desapareciendo de nuestra vista la percepción de las cepas como elementos individuales. Transmite una gran sensación de paz ver cómo oscila suavemente movido por el viento. Los racimos de uva hace ya tiempo que solo son visibles si te encuentras delante de la viña porque quedan tapados por la abundante producción de hojas.

A medida que se acerca el momento de la vendimia, aumenta la cantidad de hojas y la viña pierde mucha de su forma volviéndose un tanto caótica. Ayuda a esa sensación el aumento de la vegetación que crece en el suelo y que no será eliminada hasta que no se vuelva a arar la tierra. El verde intenso de las hojas empieza a adquirir un tono amarillo-marrón como muestra de que el punto de mayor esplendor de la planta ya ha pasado. Después de la vendimia ese paisaje verde se acerca poco a poco a las tonalidades del invierno. Las hojas caen y son visibles los sarmientos y zarcillos que la planta ha producido para soportar el peso de los racimos. La poda deja a la viña con su estructura básica característica.

 

VI

El paisaje del Penedés es femenino ya que básicamente es suave y amplio. La ausencia de elementos que obstaculicen la visión permite que la vista se pierda en el infinito. El horizonte es visible como una larga línea ondulada que no tiene montañas elevadas lo que hace que ninguna de ellas destaque a excepción de Montserrat, la montaña sagrada catalana. Aunque no pertenece a la comarca del cava, tiene una marcada presencia visual desde todos los puntos del territorio. Es una montaña singular, única en el mundo, caracterizada por las caprichosas formas redondeadas de las rocas que la forman.

 

VII

El paisaje de viñas está salpicado por diferentes construcciones. La más característica es la cava que es el lugar donde se elabora el producto que lleva su nombre. En las profundidades de la tierra, la uva sufre el proceso de transformación que convierte el mosto en una exquisita bebida ligeramente alcohólica. Los edificios que se perciben desde el exterior ocultan grandes extensiones de túneles en los que reposan las botellas colocadas con una inclinación característica. El estilo arquitectónico de estos edificios varía mucho en función del momento de su construcción. Hay algunos que son pequeñas joyas del modernismo. Otros son absolutamente contemporáneos.

Un elemento presente en el exterior de las pequeñas cavas es el ciprés. Este árbol, considerado sagrado por muchos pueblos, simboliza la unión del cielo y la tierra. Se le llama el árbol de la vida por su longevidad y verdor persistentes. Por eso también lo encontramos en ermitas y cementerios.

También es típico de la zona la presencia de pequeños barrios formados por las viviendas de trabajadores y pequeños propietarios. Esas casas, junto con las parcelas de terreno cultivable, han pasado de padres a hijos constituyendo una muestra del vínculo de las familias con esta tierra durante generaciones.

 

VIII

Igual que pasa con el paisaje del que nace, podemos disfrutar de una copa de cava gracias a todos los elementos que la hacen posible. En ella está la tierra que nutre la viña, el agua de lluvia que viene del cielo y la propia viña que nos regala su fruto. También contiene el trabajo del hombre, su carácter, su historia y su amor por esta tierra. Si eliminamos uno de estos elementos, el cava tal como lo conocemos no existiría.  De la misma manera, ellos han dado forma a este paisaje y, si miramos con profundidad, podemos verlos en él.